Desde hace varios años, el sector de las piedras de extracción minera atraviesa una crisis sin precedentes, sacudido por el colapso histórico de sus precios y por el ascenso fulgurante de los diamantes de laboratorio. En 2023, el valor total de los diamantes en bruto extraídos en el mundo cayó un 20 %, descendiendo a unos 12,7 mil millones de dólares, un nivel históricamente bajo. Esta tendencia se confirma en De Beers, cuya facturación relacionada con la venta de diamantes en bruto retrocedió un 21 % en el primer semestre de 2024 (Mining Technology, 2024), señalando una depreciación estructural del diamante natural en el mercado mundial. Esta doble dinámica revela una profunda puesta en cuestión de un modelo económico basado en la rareza construida y la especulación, hoy confrontado a una alternativa más transparente, ética y accesible.
Frente a esta mutación estructural, los diamantistas y las grandes instituciones del sector parecen cerrar filas en una forma de protección mutua, orquestando estrategias cada vez más curiosas, a veces incluso desconcertantes, con el fin de saturar el espacio mediático y perturbar la comprensión del mercado. Este ruido no es casual: forma parte de una empresa de control del relato, en la que la piedra de laboratorio es sucesivamente banalizada, ridiculizada o reducida a un producto derivado, con la esperanza de preservar el aura de la extracción.
En este análisis, nos detenemos en dos casos concretos que iluminan estos mecanismos de defensa simbólica y económica. Dos iniciativas recientes que, lejos de ser anecdóticas, reflejan las profundas tensiones que agitan a la industria del diamante. Al examinarlas, se hace posible comprender mejor los desafíos subyacentes y vislumbrar por qué se ha vuelto esencial deconstruir los dispositivos de marketing que envuelven a estas piedras, para hacer emerger la verdad detrás de los discursos.
AWDC y la banalización de los diamantes de laboratorio: una estrategia infantilizante
La iniciativa lanzada recientemente por el Antwerp World Diamond Centre (AWDC), en forma de una campaña de marketing de dos días en las calles de Amberes, consiste en distribuir diamantes de laboratorio mediante una máquina de bolas por la suma simbólica de cinco euros. Esta operación, aparentemente lúdica, revela en realidad una estrategia de comunicación profundamente desvalorizante. Al asociar el diamante con un objeto barato e infantil, el AWDC se esfuerza por vaciar estas piedras de su carga simbólica, tradicionalmente ligada a la exclusividad, el prestigio y la rareza.
Esta banalización cuidadosamente orquestada no busca simplemente seducir a un nuevo público, sino deslegitimar en profundidad a los diamantes de laboratorio. Detrás de la ligereza aparente del dispositivo se oculta una lógica de mantenimiento de las jerarquías simbólicas del sector, donde el diamante minero sigue encarnando la autenticidad, relegando al diamante de cultivo a un estatus accesorio, casi lúdico o anecdótico. La máquina de bolas se convierte así en el emblema de una resistencia ideológica: reconduce la hegemonía cultural de la extracción al degradar la alternativa sintética.
El precio propuesto, cinco euros, puede explicarse por el uso probable de piedras de laboratorio de muy pequeño tamaño o de calidad inferior en la escala de las 4Cs, lo que refuerza aún más el gesto de banalización. Pero es esencial subrayar que un diamante minero de la misma calidad se negocia también a un precio equivalente. Este dato recuerda que el bajo precio no constituye una especificidad de las piedras sintéticas, sino una consecuencia directa de la calidad ofrecida, sin importar su origen.
Esta campaña es aún más significativa por el hecho de haber sido difundida por Rapaport, institución central del mercado del diamante, conocida por su influencia en la fijación de precios y la regulación del sector. Como actor históricamente alineado con los intereses de la industria tradicional, Rapaport participa aquí en una empresa de refuerzo de las fronteras simbólicas y económicas entre el diamante minero y el de laboratorio. Al igual que el Gemological Institute of America (GIA), estas grandes entidades desempeñan un papel determinante en esta guerra fría silenciosa que enfrenta dos visiones del lujo: una basada en la rareza geológica y otra en la innovación tecnológica. Su poder de legitimación —o de descalificación— no hace sino reforzar las relaciones de fuerza en esta reconfiguración silenciosa del mercado joyero.
Cuando el G.I.A. redefine las reglas: estrategia, presión y performatividad en torno al diamante de laboratorio
En un movimiento tan estratégico como simbólico, el Gemological Institute of America (GIA), referencia mundial en gemología desde su fundación en 1931, anuncia el abandono de los célebres 4Cs (cut -corte, color, clarity - claridad, carat -peso) para la evaluación de los diamantes de laboratorio. A partir de finales de 2025, estos últimos ya no estarán acompañados de certificados técnicos detallados, sino clasificados en categorías simplificadas como “premium” o “standard”, o incluso sin mención alguna en caso de calidad considerada insuficiente. Oficialmente, el GIA justifica esta decisión por la supuesta estandarización excesiva de los diamantes sintéticos, producidos en masa dentro de un rango estrecho de características. Extraoficialmente, esta ruptura radical con un sistema de evaluación universal revela la creciente presión ejercida por los diamantistas tradicionales y las grandes casas de joyería, preocupadas por restaurar la supremacía simbólica y comercial de las piedras naturales.
Esta elección del GIA no es trivial. El instituto, históricamente encargado de preservar la confianza del público en las gemas, toma hoy partido en una guerra silenciosa entre dos regímenes de legitimidad: el del milagro geológico milenario y el de la innovación tecnológica reproducible. Pero también revela, en contrapunto, un fenómeno de performatividad: hace más de una década que las 4Cs se aplican tanto a los diamantes extraídos del suelo como a los producidos en laboratorio, consolidando la idea de que ambos podían ser evaluados —y, por tanto, percibidos— de manera equivalente. El hecho de que esta ruptura se produzca precisamente en un momento de ralentización del mercado del diamante es revelador. Esta reconfiguración de las normas parece tener como objetivo reposicionar los diamantes de laboratorio como una oferta distinta, incluso complementaria, en un intento de reactivar un mercado saturado. Porque al modificar los criterios, se modifican también las representaciones, y por ende, el valor. El GIA, con su autoridad casi sagrada en el sector, no se limita a observar: actúa, instituye, y al hacerlo, reconfigura las líneas de poder en la joyería contemporánea.
Una guerra de legitimación más que de naturaleza
De esta análisis se impone una verdad: entre los diamantes extraídos del suelo y los cultivados en laboratorio no existe ninguna diferencia material ni estética. Misma composición química, misma estructura cristalina, mismo brillo. Sin embargo, todo un sistema de poder se esfuerza por construir y mantener artificialmente una frontera simbólica entre estas dos realidades. El diamante de laboratorio, aunque idéntico en su naturaleza, sigue excluido del círculo restringido de la legitimidad joyera.
Este rechazo se encarna en decisiones institucionales con profundas implicaciones. Por ejemplo, los diamantes de laboratorio siguen estando excluidos de numerosos salones y convenciones internacionales de gemología, que reservan su espacio exclusivamente a las piedras extraídas de minas. Tal exclusión no se basa en criterios científicos, sino en cuestiones de imagen, poder económico y control del relato dominante. Se trata de contener una amenaza: la de un trastorno del orden establecido en un mercado históricamente construido sobre la idea de una rareza controlada y de un lujo inalcanzable.
Ahora bien, esta defensa encarnizada del diamante natural oculta una parte entera de su realidad: la sombra social y ambiental que lo acompaña. Porque a pesar de las campañas de “diamantes éticos”, la industria minera sigue asociada a zonas de conflicto, trabajo forzoso o infantil, deforestación masiva, contaminación de aguas subterráneas y desposesión de tierras de comunidades locales. Detrás del brillo de la piedra, cadenas de suministro opacas continúan produciendo efectos devastadores, a menudo invisibles para el cliente final.
Por su parte, los diamantes de laboratorio, trazables y producidos en condiciones controladas y sin extracción destructiva, representan una alternativa que muchos prefieren silenciar, ante la imposibilidad de desacreditarla científicamente.
Los numerosos intentos de la industria por mantener una frontera simbólica impermeable entre piedras extraídas y piedras cultivadas (exclusión de salones, narrativas sesgadas, desvalorización en el marketing) no han logrado frenar el auge de los diamantes de laboratorio. Sin embargo, estas estrategias persisten. Lo demuestra el episodio Lightbox: una marca lanzada por De Beers para vender diamantes de laboratorio a bajo precio, mientras sigue reservando el prestigio a sus diamantes de extracción minera. Este posicionamiento ambiguo, concebido para confinar las piedras cultivadas a una gama percibida como inferior, no convenció al mercado. En realidad, el fracaso estaba inscrito en el propio proyecto: debilitar la imagen de los diamantes de laboratorio reforzando la de las piedras de origen minero. Pero esta maniobra táctica no bastó para frenar una transformación ya en marcha. Los diamantes cultivados, impulsados por una exigencia de transparencia y una conciencia ecológica creciente, imponen ahora su propio relato.
Porque lo que realmente se combate aquí no es un producto, sino un cambio de paradigma. Lo que incomoda es un relato en el que el valor ya no se basa en un origen terrestre rodeado de mitos, sino en una transparencia radical que sacude los equilibrios históricos del lujo.
AGUAdeORO es una joyería fundada en 2009, presente en Ginebra y Zúrich, que ofrece a sus clientes la oportunidad de adquirir piezas de joyería ética fabricadas en Suiza. Tenemos a corazón proponer una joyería que combine desarrollo sostenible y elegancia.
(Crédito fotográfico: Foto de Lucas Santos en Unsplash)


